Salvaje y violenta

Parece como si Tarantino necesitase de explayarse con un film violento. Aflorar su lado más salvaje y sangriento, pero también más divertido. En ‘Kill Bill vol. 1’ juega con múltiples referencias, como suele hacer en su cine, mezclando el anime, el spaguetti western o sus debilidades asiáticas para vestir esa violencia inusitada que despliega en el film. Y el capítulo de animación es buena muestra de ello. Soberbio trabajo para definir a un personaje de vital importancia en esta cinta. Lo cierto es que tras ese despliegue visual y esos cuerpos mutilados manando sangre, se oculta el verdadero interés de Tarantino: explayarse con lo que guardaba dentro, emerger su lado más rebelde. Para ello nos hace acompañar al protagonista a través de su viaje vengativo, aunque vuelve a jugar con saltos temporales, en esta ocasión menos trascendentes pero nada forzados, a modo de capítulos escritos a fuego en el alma y la mente de la novia. Y a pesar de que Tarantino sabía que le lloverían las críticas (como hasta ahora le había pasado) por el tratamiento de la violencia, tenía la necesidad de demostrar que puede tratarse con un buen gusto (estético). Con una descarada e inspirada lección de cine de género y del poder de la imagen sobre el diálogo.

Tarantino se muestra exquisito al cuidar con un detalle extremo cada escena, al que dota de su habitual catálogo de guiños cinéfilos y de claros homenajes. No en vano la presencia de uno de sus ídolos de siempre, Sonny Chiba, lo evidencia. Dándole un papel (Hattori Hanzo) que no es sino la proyección en el presente de un personaje de la popular serie televisiva de ninjas y samuráis de los ochenta ‘Shadow Warriors’, que tanto disfrutó un joven Tarantino.Pero el director de ‘Kill Bill vol. 1’ tiene muy claro que su película quiere darle el brillo (a la par que el homenaje) a un cine de serie B que bien merece el respeto. Y en esta historia de justicia y redención la violencia es esencial, por eso está tan bien cuidada su presentación, aunque se pliegue a las convenciones del género. Sin miedo y con libertad creativa, Tarantino nos presenta cada escena de acción de un modo muy personal, siempre con su estilo: descarga la tensión previa al sanguinario enfrentamiento con miradas desafiantes y con diálogos teñidos de humor, para luego dejar que la katana siga su curso, sin que nada se lo impida.

Como tentativa a un nuevo sentido del arte de la narración cinematográ-fica, en este filme/homenaje se permi-te una experimentación de estilismo insólito en el cine de Tarantino. Refle-jada ésta en una larga secuencia de lucha con los ‘88 maníacos’ donde las texturas cromáticas y utilización del B/N juegan un papel vital para la pre-paración de la pelea final entre 'La Novia' y O-Ren, uno de los encuentros más violentos y hermosos del cine de este maestro contemporáneo desarro-llado en la ‘Casa de las hojas azules’, referente "Shuratukihime", de Fujita o al drama "Tokyo drifter", de Seijun Suzuki. Pero donde la conjunción de géneros y de referen-cias a la cultura pop llega a su apogeo estético es en el espléndido ‘backstory’ de animación japonesa que une con una cadencia per-fecta el cine de ‘yakuzas’ (típica del ‘flingage’ nipón) con el ‘spa-ghetti’. Lo bueno de esta combinación de grafismos genéricos es que Tarantino sabe rescatarlos, reactualizarlos y volver a significarlos. En el fondo, asumiendo la mirada occidental, subra-yando la incapacidad de occidente por representar con fidelidad la cultura oriental. Un irónico mundo donde chinos y japoneses son lo mismo, el inglés y la lengua oriental se confunden y se reemplaza ingeniosamente a mafiosos por mujeres que recuerdan (como el DIVAS) al cine de Russ Meyer en su visión feminista de la heroína vengativa y feroz. La representación devota de Tarantino del cine oriental vendría a ser como una película de ‘yakuzas’ y artes mar-ciales dirigida por un ‘gaijin’ (un extranjero) ajeno al mundo que na-rra.

Tarantino compone en esta ma-gistral primera parte de su cuarta película una esplendorosa sinfo-nía de violencia, mecanismo cardi-nal en "Kill Bill: Vol. 1". Violencia ex-trema, salvaje y magnificada que en-cuentra su gran virtud en la parvedad de su discurso moral, despojado de cualquier teoría especulativa que acer-ca al salvajismo sangriento de sus po-tentes imágenes. Como en "Reservoir dogs" y "Pulp fiction", la sangre es mostrada como elemento necesario, sin caer en la trivialidad y asentando todo el interés de su agresiva ceremonia en la diversión y sentido del humor. Por eso, la imagen de sadismo, el desmedido exceso de sangre y la exageración de los combates desde la perspectiva de Tarantino es necesario mos-trarla detenidamente en cada golpe, en cada patada, en cada sa-blazo de katana y en cada muerte para reflejar siempre un sutil sar-casmo. Una mirada que realza el crimen con su habitual estiliza-ción de la violencia, eliminando su realismo para poder así coreo-grafiarla en una espléndida disposición de signos. Por eso, la apa-rente linealidad de la trillada historia de venganza, fundamentada en el estereotipo más manido, se invalida con una dirección convertida en una auténtica celebración coreográfica, un rebelde manifiesto visual, una ofrenda de ilusiones que recupera el sentimiento del ci-ne por ofrecer una explosión casi sublime del entretenimiento. La violencia, en este caso, resulta efecto y no causa. Una de las cua-lidades del cine de este dinamitador insurrecto.

Cabe destacar, por último, el ele-mento que puede definir "Kill Bill: Vol. 1". Y es la oda de amor de Tarantino por una actriz, por Uma Thurman (re-trasando el proyecto cuando la actriz estuvo embarazada), que realiza no sólo un verdadero y plausible maratón físico, sino que sabe combinar este rasgo tan poco valorado con una in-tensidad actoral mostrada en esa es-cena en que 'La Novia' cree haber per-dido a su bebé, manifestado en un llanto desgarrador. Thurman está in-creíble. Este avance de la última película de Quentin Tarantino es una odisea cinematográfica donde los planos musicales, en una elegante coreografía visual, entre el ritual y la utilización del humor, se disparan como una descarga de maestría. Siempre manteniendo el equilibrio en el peligro del exceso y que refuerza su intensidad por una inserción realmente prodigiosa de canciones y sintonías que forman una banda sonora inolvidable. Habrá que esperar hasta julio a la conclusión de la película, el ‘Volumen 2’, para disfrutar en su totalidad de esta joya... y para terminar esta crítica.
 
En conclusión, y a pesar de dividir esta historia en un díptico, Tarantino demuestra su dominio y talento para el espectáculo visual. Ofrece un relato muy simple en lo argumental, pero lo viste de ópera, con minuciosidad, con respeto, lleno de homenajes (casi fetichistas), lo acompaña (de nuevo) con una música magnífica  y logra realizar la película que deseaba hacer.

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